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LA COMUNIDAD EN LA VIDA DEL DOMINICO

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Al responder afirmativamente a la llamada recibida de Dios, nos encontramos con otros que recibieron el mismo don de la vocación. Dios nos dio como don a estos hermanos con quienes compartiremos la vida y la misión. Esto sucedió con los Apóstoles, cada uno fue llamado individualmente y se encontró con los otros con quienes compartirían la vida y la misión de Jesús. Ellos experimentarán la unanimidad y su comunión es tan profunda que llegan a tener una sola alma y un solo corazón (cf. Hech 4,32).

Dios en la Orden nos da una familia, hermanos en diversas comunidades por las que pasaremos a lo largo de nuestra vida y con quienes soñaremos, proyectaremos y trabajaremos en la construcción del Reino de Dios. Nuestra comunión de vida se fundará en el amor de Dios y debe manifestar al mundo el ideal de la fraternidad universal traída por Cristo.

El Espíritu Santo, que inició y continúa la obra de la construcción del Cuerpo de Cristo, posibilita nuestra comunión de vida y nos hace un solo cuerpo para destinarnos a la misma tarea de la evangelización. Los consejos evangélicos consolidan nuestra cohesión fraterna y nos hacen instrumentos de la edificación de la Iglesia y de su expansión en el mundo.

 

Cada fraile vive empeñado en vivir el mandamiento nuevo de Jesús en lo cotidiano de su vida con sus hermanos, poniendo en práctica el respeto, la corrección, el perdón y la aceptación. Se reconocen las diferencias de personalidad, de talentos, de pensamiento, de oficios, pero nos unen la vocación y la profesión, donde todo se pone al servicio del bien común y del mismo fin de la vida dominicana.

 

Como en toda comunidad humana, un instrumento privilegiado para el crecimiento de la vida fraterna en las comunidades dominicanas es el diálogo. Mediante el diálogo fraterno los frailes comparten la ejecución de sus oficios y apostolados, evalúan su fidelidad en la misión, buscan cualificar su servicio de la predicación y alimentan su celo apostólico.

 

La comunidad dominicana debe caracterizarse por brindar siempre un clima de paz, en donde los hermanos son valorados por sí mismos, consolados en sus tribulaciones y ayudados en sus dificultades. Debe ser una comunidad sacramento de la presencia de Cristo, porque hemos sido congregados en su nombre (cf. Mt 18,20).

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