top of page

Fr. Lino Dolan Kelly, O.P.

RETOS PARA NUESTROS TIEMPOS

 

Fr. Damián Byrne fue Maestro de la Orden desde 1983 hasta 1992. Durante este período, envió varias cartas a todos de la Orden pero lo que mas se recuerda es su preocupación por la misión de la Orden en esos tiempos de cambio, la vida comunitaria y la formación permanente de los frailes desde su primera asignación y a través de toda la vida. Los Capítulos Generales, durante su gestión y después, han vuelto continuamente a enfocar estos temas como esencial si es que la Orden quisiera ser fiel a su carisma y misión específica en la Iglesia.

No les voy a preguntar si han leído las cartas del P. Damián; ni tampoco si han estudiado las Actas de los últimos Capítulos Generales. De hacerlo, correría el riesgo de ser acusado de demagogo como sucedió una vez cuando presumí que mis hermanos habían leído los documentos del Vaticano II. Sin embargo, si sinceramente queremos revitalizar nuestro carisma, habría que asimilar no solamente la vida y el espíritu de Santo Domingo sino el Magisterio de la Orden de nuestros tiempos.

 

Antes de profundizar en el tema de la Evangelización y Predicación para nuestros tiempos, me parece urgente que estemos de acuerdo en las cosas fundamentales que hacen que nuestra misión sea realmente dominica, con las características propias de nuestra tradición. El P. Damián, en una de sus cartas, nos hace recordar que:
“Nuestra vida en comunidad – lo mismo que el estudio – no es un fin en si mismo. La Constitución Fundamental, II, nos recuerda que la Orden ‘fue instituida específicamente desde el principio para la predicación y la salvación de las almas’. Nos recuerda asimismo que abrazamos la vida de los apóstoles  como medio para conseguir la salvación de las almas, insistiendo en que nuestra predicación y enseñanza beben brotar ‘de la abundancia de la contemplación’.

En mi experiencia de más de 50 años como religioso dominico creo que puedo afirmar que vivir en comunidad, día tras día, compartiendo no solamente los bienes materiales sino la fe y el mismo apostolado no es fácil. La tendencia innata hacia el individualismo, tan promocionado por la sociedad y, evidentemente, tan innata en cada uno de nosotros, requiere que seamos muy concientes siempre de la razón principal de nuestra vocación. Es cierto que no somos monjes, confinados a un monasterio bajo la regla de un padre Abad, pero, también es cierto  que no somos simplemente pensionistas compartiendo mesa y casa.

 

Un religioso en tiempos pasados, que seguramente nunca comprendía profundamente la Vida Religiosa, decía que la mayor penitencia que se podría practicar era vivir en comunidad. Y, efectivamente, una vida comunitaria sin vida fraterna es como el cuerpo sin alma o el cascarón de plátano sin fruta adentro.

Hablar de la vida fraterna en común no significa combatir la peculiaridad de cada persona, ni cortar las alas a la iniciativa personal, ni querer nivelar a todos, sometiéndole a una regla asfixiante. Significa, más bien, crear un clima en el que cada cual sea capaz, y siente el deber, de dar lo mejor de si mismo para cumplir la misión. Y, la misión es la de la Orden y de la comunidad y no de franco tiradores.

 

“La vida fraterna se configura como espacio humano habitado por la Trinidad, la cual derrama así en la historia los dones de la comunión que son propios de las Tres Personas divinas.,” nos dijo Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica sobre la  Vida Consagrada. La vida fraterna en común es parte integrante de la vida religiosa.

El prototipo de la comunidad religiosa no es la familia humana sino la unión dentro de la pluralidad de la Santísima Trinidad: unidad de naturaleza; pluralidad de personas. Es la comunicación entre sí, unidos, - hacia los demás; es el vínculo de unión que en nosotros es la Fe en la persona de Cristo. (Vea “Vita Consacrata).

Nuestro Fundador, Santo Domingo, miraba a la comunidad apostólica como su modelo, como la mayoría de los fundadores de comunidades religiosas. Las características básicas de esa comunidad primitiva fueron:

 

  • todos fueron llamados por el Señor

  • vivían unidos alrededor de Jesús, después que él los habían llamados.

  • fueron enviados por él y regresaban a él

  • se alimentaban con la oración y la fracción de pan

  • compartían las cosas de la vida (sobre todo el Reino)

  • sentían una urgencia de cumplir el mandato del Señor

Jesús dio la descripción fundamental de la vida de sus seguidores: ¡ESTAR EN EL MUNDO PERO NO SON DEL MUNDO! (Jn 17, 9 - 26)

Si una comunidad religiosa pierde de vista esta plegaria del Señor, corre el riesgo de alejarse de su ideal: puede ser un grupo con obras interesantes pero no reflejará el ideal ni de Cristo ni de su fundador.
            + vocación común: llamados a vivir juntos unidos por un carisma
            + enamorados  de Cristo y alimentados en la oración y, sobre todo, en la Eucaristía
            + cumplir su misión
            
Para vivir en comunidad se tiene que tener:

 

  • una actitud adulta con realismo sano – nada de idealismos falsos o romanticismos

  • la capacidad de convivir con otros (asociarse, colaborar, integrarse y saber ceder mutuamente)

  • una aceptación mutua: reconocer diferencias (edad, formación, cultura, eclesiologías, hasta visiones de la vida religiosa y aceptarlas) no imponer mis criterios sino enriquecerse mutuamente.

  • sin infantilismos: emotividad y dependencia son obstáculos a comunidad

  • tener un proyecto común de vida, producto de la madurez

  • tener sinceridad de propósito y “limpieza de corazón”

  • tener motivaciones transparentes 

  • tener magnanimidad y entusiasmo con los ideales grandes

 También hay signos de peligro que se nos presentan en la vida comunitaria:

 

  • aburguesamiento

  • banalidad

  • mediocridad satisfecha

  • disminución del entusiasmo inicial

  • instalación (aburrimiento y mediocridad)

  • violencia:

Este último “signo de peligro”, la violencia, merecía una serie reflexión en el Cap. Gen. de Providence. Es uno de los grandes impedimentos a la fraternidad en comunidad – a veces sin darnos cuenta.

Hay violencia de parte de los superiores: imponen criterios y visiones personales y crean un ambiente de conformismo; dan respuestas cortantes y frías – una especie de terrorismo psicológico.

Hay agresión verbal – ironías malévolas, interpretaciones negativas de las intenciones de otros, chismes con otros sobre tus propios hermanos. Frente a estas manifestaciones, la fraternidad se empantana, las buenas intenciones se enfrían y los que con entusiasmo buscan fraternidad se desaniman – estadísticamente, más religiosos y religiosas piden dispensa de sus votos por no encontrar fraternidad que por dificultad con sus votos.
            
Hay que recordar que es Cristo quien nos llama y nos junta, con todas nuestras diferencias. No seleccionamos a nuestros hermanos. Hay una convergencia de distintos talentos personales y todo esto requiere que haya un acuerdo en cuanto al “porque” de la comunidad particular (proyecto comunitario). Sin un acuerdo, en cuanto alporque todo está destinado a no ser funcional, como comunidad... Habrá individuos compartiendo la misma casa, como pensionistas o miembros de un club de internados pero no habrá comunidad.

El individualismo es un peligro letal en la vida religiosa, como nos ha indicado con claridad los últimos Capítulos Generales de varones. El individualismo está promovido en la sociedad contemporánea y aceptado como un bien porque promueve al individuo en su desarrollo personal, sobre todo en el mundo profesional, político y económico. Esta actitud se ha infiltrado dentro de la vida religiosa y, en lugar de poner las dotes personales al servicio de los demás, se busca sobresalir, confiando más en un título académico que en la profesión religiosa...

Los remedios al individualismo son:

 

  • actitud de disponibilidad, de servicio y de colaboración

  • partir de las necesidades de la comunidad y de las hermanas (¿cuáles son? – diálogo)

  • humildad

  • honestidad

  • respecto auténtico para los demás

La base teológica de la vida fraterna en común es el amor de Dios para cada uno de los hermanos con la misma intensidad que me ama a mí: acuérdense de la regla de oro.

Naturalmente, hay dificultades pero nunca debemos buscar “chivos expiatorios” o simplemente “rajarnos” de los demás. Estoy convencido que, fundamentalmente, la falta de una buena, sincera y fraterna comunicación entre los frailes es esencial si realmente queremos vivir una vida comunitaria fraterna.

La comunicación no se reduce ni se limita a la comunicación verbal. Hay mucho más comunicación verbal que comunión o fraternidad en comunidad. Hay más comunicación no – verbal que influye en la formación de comunidades: gestos, actitudes, falta de atención al otro, muecas, etc. También hay que indicar que la misma comunicación verbal es muchas veces mal usada – para promover el éxito personal; hacer prevalecer mi opinión; amenazas. La Comunicación parcial oculta más que revela. Comunicación no significa saber expresarse bien ni multiplicar palabras sino saber entrar en sintonía con el otro – en todo nivel.

Las principales fuentes de dificultades en comunicarse con el otro son:

 

  • Diferentes formaciones; diferencia de edades; culturas distintas

  • Orientaciones ascéticas distintas: antes del Vat. II – énfasis en una espiritualidad personalista y voluntarista: después del Concilio – más énfasis en la espiritualidad de la comunidad, la misión

  • Orientaciones teológicas distintas, especialmente en eclesiología y teología de la VR

  • Orientación antropológica – nueva relación de la teología con las ciencias sociales y psicología

  • Orientación jurídica – renovación de LCO y CIC

Para formar una comunidad fraterna hay que tomar en cuenta las vivencias personales de c/u: Cada uno tiene una historia personal distinta:
            Formados en una cultura de discreción o de espontaneidad
            Formados en una cultura rural o urbana
Algunos, en su formación, han sufrido heridas profundas, produciendo timidez, complejo de inferioridad, pasividad
Hay vidas marcadas por falta de libertad, temor a ser corregidos, temor de ser rechazados por sus ideas o que han sufrido infancias difíciles.

También, en la comunicación, hay un problema con el significado de las palabras que usamos: diálogo, obediencia, autoridad, fraternidad.
Todas estas cosas dificulta la comunicación.

Entonces, para vivir la vocación dominicana en plenitud, hay que estar convencido que el crecimiento de la fraternidad es parte esencial del camino a la santidad y que nuestro progreso personal y el cumplimiento de nuestra misión con el espíritu de Santo Domingo depende del progreso de la fraternidad.

Un impedimento al crecimiento comunitario y personal es la visión individualista de la relación con Dios: Yo y Dios.  Solamente con la visión: Yo – Dios – los hermanos – podremos hablar de crecimiento en fraternidad y santidad cristiana.
La comunicación es un camino de doble sentido. Nace de escuchar al otro, no sólo sus palabras sino el mensaje que emana de su vida. Escuchar es un arte – el que no sabe escuchar pierde la confianza

Para mejorar la comunicación en este aspecto importante de nuestras vidas como “hermanos”, se recomienda:

 

  • Lectio Divina

  • Corrección fraterna – revisión de vida en comunidad

  • Sacramento de reconciliación / director espiritual / días frecuentes de retiros comunitarios

  • Reuniones (capítulos, coloquios) – temas preparados / tiempo para el diálogo.

Si he insistido tanto en estos elementos de la vida fraterna es que sin vida comunitaria, no hay vida dominicana como tampoco hay vida dominicana sin oración, comunitaria y personal. Es cierto, como decía P. Damián que son solamente medios y no el fin de nuestra vocación. Sin embargo, son medios  esenciales. Las llantas de un auto son simplemente medios para que rueda un carro pero sin ellas, tu carro no mueve. Y sin estos medios no podríamos enfrentarnos con los retos de la Evangelización en el mundo de hoy.

Han pasado 20 años desde que el P. Damián, con visión del futuro, escribió su carta sobre los retos de la Evangelización, hoy. En ese entonces, hizo recordar a toda la Orden las palabras del Papa Honorio III, cuando dijo de los primeros dominicos: “Los miembros de esta Orden están totalmente dedicados a la Evangelización”.  Y, no menos importante fueron las palabras sorprendentes del Papa Pablo VI en 1970: “La Orden dominicana se traicionaría  a sí mismo si se apartara de este deber misionero.”

Aunque el enfoque y el énfasis de la Evangelización han cambiado mucho en estos años después del Concilio Vaticano II, la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, las Asambleas Episcopales de CELAM desde Medellín hasta Aparecida, las Actas de nuestros propios Capítulos Generales y otros muchos pronunciamientos, lo que no ha cambiado ni nunca debe cambiar es el celo apostólico que recibíamos como herencia de nuestro Padre, Santo Domingo. Domingo tuvo una pasión ardiente para la salvación de almas, nos dice sus historiadores inmediatos. Formó su Orden con la única intención de enfrentarse con los errores de su tiempo que estuvieron alejando a las personas de Cristo. Fue un hombre de profunda oración que hizo posible que “hablara solamente con Dios o de Dios”, frase que nos gusta citar. La cuestión es, ¿lo imitamos?

A mi parecer, el Acta Final del Capítulo General Electivo de Providence, en 2001, nos ofrece un profundo cuestionamiento en cuanto a nuestro compromiso con el Evangelio en el espíritu de nuestro carisma y tradición. El Capítulo sobre los Desafíos Actuales para la Misión de Orden no ha perdido su vigencia y merece nuestra sincera profundización, individual y comunitaria.

Aunque muchos de nosotros vivimos en pueblos pequeños y sin aparente importancia en este mundo globalizado, gozamos ciertamente de unas de los avances de las tecnologías desarrolladas en estos últimos 50 o 60 años. ¿Quién no tiene su dirección personal de email? Y, si no la tenga, es porque no quiere tenerla. ¿Cuántas comunidades no tienen por lo menos un televisor? Y, ¿Cuántos frailes tienes su celular personal?

Todos somos beneficiados con la rapidez de los medios de comunicación, manteniéndonos informado al minuto de lo que está pasando en el mundo entero. Todos podemos aprovechar el INTERNET en la búsqueda de información y tener una bibliografía actualizada con el toque de una tecla. Y, si quisiéramos tener nuestra propia página Web o nuestro blog para avanzar la evangelización, no habría problema. Todo bien; muy bonito y útil.

Sin embargo, corremos el riesgo de cerrar los ojos a los efectos negativos de una aldea globalizada y la intención real detrás de estos avances tecnológicos. La globalización de la economía convierte a todo en mercancía y promueve un pensamiento único cuyos valores son la competencia, la maximización del beneficio para unos pocos y la estandarización de los modos de vida y las culturas, desdeñando así los valores del evangelio.

Si la globalización crea riquezas, ¿por qué más de la mitad de la población mundial sigue empobrecido?  La globalización de las finanzas y del capital domina la investigación científica, la cultura y las mentalidades.  La publicidad impone modas internacionales en la vida cotidiana y favorece la unicidad de culturas en detrimento de las culturas locales y regionales.

Para nosotros, la pregunta  de fondo es: ¿Cómo evangelizar en este mundo globalizado y, en gran parte, deshumanizado? Como se decía en el Capítulo: “Hoy, lo mismo que ayer, el mundo está por ser construido; es tarea de todos y, por lo tanto, también nuestra.”

 

Decir que este no es mi problema sino de los políticos o economistas es no reconocer que somos parte del problema. La indiferencia no refleja una actitud evangélica, como nos enseña la parábola del buen samaritano. Hoy, somos prójimos de todos que sufren abatidos en el camino de la vida aunque no sean de los “nuestros”. La indiferencia frente al sufrimiento del desconocido queda condenado por el Señor al indicar la indiferencia del sacerdote y Leví. Nuestra preocupación es evangélica, nada más y nada menos.

 

En primer lugar, nuestra forma de vida de frailes predicadores puede representar una alternativa crítica a los efectos negativos de la globalización. Frente a la competencia y la rivalidad, nosotros, que somos hermanos, buscamos ser hermanos y solidarios con todos. Elegimos la pobreza como solidaridad y comunión de bienes frente a la primacía de la economía del beneficio; la comunidad, como acogida del otro, responsabilidad y participación; el estudio – la sabiduría – como búsqueda de la verdad y esfuerzo de comprensión del mundo. Para nosotros, dominicos, la predicación no consiste únicamente ni en transmitir un saber ni en proponer una nueva visión de Dios, del hombre y del mundo, sino en ofrecer, en una palabra que deseamos fraterna y profética, la Palabra viva que hace de quien la recibe un sujeto capaz de tomar la palabra, capaz de responsabilidad, de compromiso y de alianza con otros. En una palabra, nuestra predicación tiene que ser siempre Buena Nueva para los pobres – o deja de ser Evangelio.

 

Uno de los últimos libros de fr. Timothy Radcliffe, ex Maestro de la Orden, tiene por título: ¿QUÉ SENTIDO TIENE SER CRISTIANO? Vale la pena leerlo. En un mundo que rápidamente está en un proceso de secularización y laicización, y cuyos valores ponen en tela de juicio los valores del evangelio, ¿cuál es nuestra principal tarea, si realmente creemos que el Reino de Dios, anunciado por Jesús, es la respuesta a la salvación de la misma humanidad?

Antes que todo, hay el reto a humanizar la globalización, discerniendo, a partir del evangelio, los valores que devuelven un sentido a la vida como humana.  Una antropología cristiana que mantiene y promueve la dignidad de cada persona humana porque creemos que todos y cada uno es imagen y semejanza de Dios. Frente a los intentos de reducir la persona humana a un ser económico o lúdico, habría que anunciar proféticamente, su valor, simplemente porque es y no porque posee.

 

Al mismo tiempo, nuestra fidelidad al evangelio nos compromete a cuestionar la deificación del mercado como respuesta última para la humanidad. Las promesas del sistema económico neo liberal de eliminar la pobreza, mejorar la salud y disminuir la violencia mundial son engañosas y solamente podría cumplirse con la eliminación no de la pobreza sino de los pobres y marginados y excluidos, tal como está sucediendo. Hay que sensibilizar  la opinión mundial para que tome en cuenta la dignidad de cada persona y promover la justa distribución de las riquezas del mundo para que nadie muera de hambre o sufra enfermedades por falta de recursos económicos.


Juan Pablo II, dirigiéndose a la Academia Pontificia de Ciencias Sociales insistió, en 2001 que denunciemos lo que resulta contrario a la ética en la globalización.  El respecto de los valores evangélicos y de los derechos humanos  dentro de la Iglesia será siempre un signo de credibilidad del Evangelio que anunciamos.

 

Los desafíos que nos afrenten son múltiples y arduos. El contexto social de cada región determinará nuestras prioridades. Por ejemplo, en el contexto religioso, urge el diálogo con las religiones del mundo y una presencia en aquellos ambientes donde la religión no juega papel alguno. También es un reto muy importante que requiere nuestra respuesta a la muy popular actitud de las nuevas religiones sin institución eclesial, como “NEW AGE”. Y, quizás lo más difícil, nuestra atención al fundamentalismo religioso que invade nuestro continente.

Nosotros, como dominicos, estamos llamados a participar activamente en la Nueva Evangelización, anunciada por Juan Pablo II y reafirmado en Aparecida al llamar para una nueva misión continental. Evangelizar significa salir al encuentro de las personas y dar testimonio de vida auténticamente cristiana. La credibilidad de nuestra palabra depende de la transparencia de nuestras propias vidas.

 

Nuestra capacidad de participar en esta nueva evangelización requiere que estemos preparados a través de una formación permanente en los temas actuales, temas que cuestionan seriamente los fundamentos de nuestra fe y nuestro comportamiento social y ética.  Nuestra formación no termina con los estudios académicos sino continúa a través de toda la vida, partiendo siempre de la realidad a nuestro alrededor, como se decía, con la Biblia en una mano y el periódico en la otra. Nuestra tarea principal y el  reto de todo creyente es dar sentido a ser cristiano en tiempos de la crisis de fe que vive el mundo.

 

¿CÓMO ES LA CALIDAD DE NUESTRA VIDA COMUNITARIA?

¿CUÁLES SON LOS DESAFÍOS MÁS APREMIANTES PARA NUESTRO VICARIATO EN ESTOS TIEMPOS?

bottom of page