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Fr. Lino Dolan Kelly, O.P.

LA PLENITUD DE LA VIDA DOMINICANA

 

En la última conferencia, se ha dedicado bastante tiempo a considerar la vida comunitaria y su importancia con miras a un apostolado auténticamente dominicano. Al respecto, en su carta, Promesa de Vida, Timothy Radcliffe insistió que “todos y cada una de las Provincias deben proponer un plan de renovación gradual  de las comunidades  para que los hermanos que viven en ellas puedan florecer. Y sólo a esas comunidades deberían ser asignados los hermanos jóvenes, que son los portadores de la semilla del futuro de la vida dominicana. Las Provincias morirán, a menos que planifiquen  la construcción de tales comunidades. Una Provincia con tres comunidades donde los hermanos progresan en su vida dominicana tiene un futuro, con la gracia de Dios. Pero una con veinte comunidades donde apenas sobrevive, no lo tendrá.”

 

No solo la vida comunitaria sino, como ya se ha dicho también el estudio, nuestros votos y la oración misma son medios, herramientas, que nos convierten en hombres apostólicos, hombres  de la palabra, es decir, predicadores del Evangelio de Jesucristo.  Es nuestra razón de ser. Como dicen en nuestra Constitución Fundamental: estamos llamados a vivir la vida de los apóstoles según el modo ideado por Santo Domingo.

Actualmente, muchos confunden una vida apostólica con el activismo, siempre haciendo algo pastoral, siempre en movimiento, siempre ocupado. Pero, pregúntense, ¿cómo fue realmente la vida de los apóstoles de Jesús mientras vivían con él?

 

Conforme nos relata los Evangelios, los Apóstoles anduvieron con Jesús y le escucharon, descansaron y rezaron con él, discutieron con él y fueron enviados por él.  De esta descripción de la vida de los apóstoles podemos entender que la vida apostólica no se confunde con el  activismo sino que la actividad apostólica es un movimiento que comienza en la unión con Jesús y siempre vuelve a él. Como decía el P. Timothy en una de sus cartas, “Si las exigencias del apostolado nos impiden rezar y comer con nuestros hermanos, para compartir su vida, no seremos apóstoles en el pleno sentido de la palabra, por más ocupados que estemos”.

 

Maestro Eckhart una vez escribió: “La gente no debería preocuparse tanto acerca de lo que hace, sino de lo que debería ser. Si somos buenos y lo son también nuestras costumbres, estaremos radiantes”.

Nuestra vocación a la vida dominicana, desde su fundación, tiene, como elemento inherente, una fuerte tensión entre la vida contemplativa y la vida activa. Históricamente, esta tensión ha puesto, en varias  oportunidades, la Orden al borde de división que vemos en la creación de los conventos “recoletas” y los conventos de “misión”. Sin embargo, la verdadera tensión no debe producir que algunos frailes se dediquen exclusivamente a la oración y otros solamente a la actividad. La tensión debe existir en cada fraile y que se resume en nuestra famosa y bien conocida lema, Contemplata aliis tradere.

No se trata solamente de una tensión entre una vida interior y su expresión hacia fuera sino también de la tensión entre el deseo de la paz interior y los conflictos humanos que compartimos con el pueblo. La vida apostólica nos invita a vivir esta tensión para comprender, desde nuestra propia experiencia para que seamos, por nuestro testimonio, una  palabra viva de esperanza que el pueblo necesita escucha y ver. La vida apostólica no nos procura un “estilo de vida” equilibrada y saludable, con perspectivas de una buena carrera o títulos de honor. Todo lo contrario; asumimos, como el Maestro mismo, una vida encarnada e identificada con la Palabra que da vida y la da en abundancia.

No debemos olvidar que Santa Catalina de Siena y, después de ella, Santa Rosa de Lima, llamaron fuertemente la atención a los frailes porque abandonaron la misión a la gente para dedicarse simplemente a la vida académica, igual como San Francisco Javier hizo en su carta a San Ignacio de Loyola. Nuestros estudios, también, tienen como único fin la misión que, en una palabra, es la predicación. Uno de los más grandes peligros para el futuro de nuestra Orden  es la tendencia de instilarnos en un estilo de vida que se identifica con los valores de una sociedad consumista y económicamente cómoda. Por definición y en imitación de nuestro Padre, Santo Domingo, somos itinerantes. Nuestra misión nos lleva a las fronteras – a todas aquellas fronteras que hemos considerado como desafíos a la evangelización.

Yo conozco a más de un dominico que prefiere que se le llame “Doctor” y no “Fray”. Se identifican plenamente con sus profesiones y viven conforme al estilo de vida de los demás de su profesión, sean teólogos, filósofos, profesores universitarios, sicólogos, o científicos. El “ser dominico”, para ellos, parece ser simplemente una conveniencia para ellos cuando piden hospedaje gratis en algún convento o quieren conseguir una exoneración de impuestos para viajar. Conozco a otros casos más tristes aún en que, cansados de ser frailes y sujetos a posibles cambios según la necesidad de la entidad, no solamente dejan la Orden sino que inician juicios contra la Orden para conseguir compensación para años de servicio. Increíble, ¡pero cierto!

 

Sin duda, son casos extremos pero reflejan el peligro y la tentación seductora siempre presentes si uno pierde de vista la razón de su profesionalización para mejor llevar a cabo la tarea de la evangelización.  No hay nada malo en la profesionalización; todo lo contrario.  Debemos estar bien cualificados y tan bien preparados como todos aquellos con quienes trabajamos. Pero siempre se tendría que ser concientes que somos hombres consagrados y que no se busque la profesión para un mejor puesto en la sociedad sino para predicar mejor el mensaje de Cristo. No olvidemos que ninguno de los Apóstoles llamados por Jesús tenía un pos graduado en el Apostolado.

Sabemos que los elementos esenciales para ser considerado un éxito en el mundo moderno y postmoderno son la eficiencia, la eficacia y los resultados. El pragmatismo, la filosofía que predomina en la política y en la economía en gran parte del mundo actualmente, lo exige. Los medios que se utiliza para lograr ese éxito no tienen importancia. Lo que vale es ganar: ganar tiempo; ganar plata; ganar popularidad; ganar prestigio. De otra manera, eres un perdedor, un fracasado y te quedas al margen de todo, excluido de la sociedad y, en cierto sentido, excluido de la misma humanidad. Escuchamos o leemos este discurso todos los días: en la televisión, en la radio y revistas, en el INTERNET, en los pronunciamientos del gobierno y de los economistas y políticos. Y, sin duda, es un discurso muy atractivo y no un poco convincente. Y, esta mentalidad se está infiltrando en la vida religiosa y está contribuyendo a crear divisiones y fragmentaciones en nuestras comunidades, por lo menos en algunas partes. En una palabra, es una forma no muy sutil del egoísmo que es, según las palabras de Fray Timothy, el enemigo letal de la vida religiosa-  

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con los temas que venimos reflexionando? Creo que mucho. Existe, en algunos frailes, por lo menos una tentación de medir el éxito de su trabajo evangelizador y su propia vida religiosa, de alguna manera, en términos de ganancia y de éxitos: más personas participando en las misas; más bautismos; más matrimonios; más grupos y no se que otro más. Quieren medir los resultados para sentir que no están perdiendo su tiempo o que el reino ya se está construyendo.

 

El compromiso cristiano y, especialmente, la tarea evangelizadora, es claramente diferenciada de la eficiencia, eficacia y resultados asociados con el mundo político y económico. Allí, es evidente que se buscan resultados globales e impersonales. Nuestra “mercancía” es totalmente diferente que no tiene precio y el éxito no tiene medida. Fácilmente, en el activismo tan prominente hoy, olvidamos que somos, como Santo Domingo, predicadores de la Gracia, de la gratuidad del don de Dios y es solamente Jesús quien salva. No estamos en competencia con nuestros hermanos para probar quien es el más ocupado o quien es el mejor predicador y, por consiguiente, el mejor de la comunidad.

En su libro ¿Cuál es el sentido de ser cristiano?, como en su carta Promesa de Vida, Fray Timothy insiste que la crisis fundamental de nuestra sociedad, hoy, es una crisis de sentido. No hay meta en el horizonte y, por esto, la vida pierde su sentido. El vacío se intenta llenar con dioses falsos – el mercado, la violencia, la corrupción, la drogadicción, la acumulación de bienes materiales, la tiranía, el hedonismo – en otras palabras, con lo que satisfaga el propio “yo” en cualquier momento. Y nuestra misión es adentrarnos en este vacío, en este desierto, sin miedo pero con convicción que llevamos la verdad  que pueda traer vida de nuevo.

 

Otro signo de que el egoísmo y el individualismo se están infiltrando en nuestras comunidades con fuerza, es la práctica de dejar a cada fraile que busque su propio trabajo apostólico sin referencia a la comunidad para que se siente desarrollado. Los apóstoles fueron enviados por Jesús y, cuando regresaron, le contaron cuanto habían hecho, como nos relata San Lucas. Nosotros salimos a trabajar no como podría hacer cualquier profesional sino enviados por la comunidad. Nuestro testimonio de vida es comunitario y no individual y este es de suma importancia si realmente queremos formar comunidades de fe. No importa que hagamos trabajos diferentes – lo importante es que cada uno de la comunidad se de cuenta que es un trabajo de la comunidad y que compartamos, con los hermanos nuestra vida.

Cuando ingresamos en la vida dominicana, decíamos que estábamos dejando atrás nuestras familias, nuestros amigos y amigas, nuestros bienes materiales y hasta nuestra propia voluntad, en una palabra, nuestra vida privada, para hacernos parte de esta nueva familia. La guía de nuestra nueva vida sería las Constituciones, la comunidad y los superiores. Inclusive, hacíamos, en manos de esos superiores, una promesa solemne a Dios, a María y N. P. Santo Domingo.  ¡Una entrega total al Señor!

 

Sin embargo, con el paso del tiempo, quizás, al principio, sin darnos cuenta, unos comienzan a reclamar algunos elementos del pasado por un proceso de racionalización para justificar y “reorientar” sus propias conciencias.

Mi vice maestro de Novicios y Estudiantes solía decir con ironía: Ustedes entran el noviciado con una bolsa plástica y salen con 2 baúles. ¿Exagerado? Quizás, pero no tanto. Claro, no hubo computadoras, celulares, TVs o autos en los tiempos del Señor o Santo Domingo y, sin duda, la sociedad de consumo ha creado estas necesidades, pero, ¿son míos? Lo que si es indispensable, conforme nuestras Constituciones, es que nuestro estilo de vida sea sencillo. Nuestro voto de pobreza pretende ser una protesta viva y observable contra la acumulación desordenada de bienes y riquezas tan apreciada y promovida en un mundo que se aleja rápidamente de los valores evangélicos. Somos predicadores itinerantes y es muy difícil ser itinerante con mucho bagaje encima.

 

También, con el paso de tiempo, sentimos la tentación de recuperar algo de nuestra autonomía, nuestra independencia de las decisiones comunitarias. No somos exactamente desobedientes pero decimos que somos adultos, personas maduras  con el derecho de un desarrollo personal y comenzamos a restringir nuestra disponibilidad a las necesidades de la comunidad. Quizás, como muchos padres de familia en nuestras culturas, comenzamos a sentir que lo que ganamos como recompensa para nuestro trabajo debe quedar con nosotros y no entregamos todo a la comunidad. ¿Quién sabe?

Y, aunque compartamos con los hermanos nuestra vida diaria en la mesa y en la capilla, nuestro  trabajo e, inclusive nuestra fe, la vida común pueda ser muy solitaria si no logramos ser hermanos de verdad, si no somos amigos.  En una de las tiras cómicas de Mafalda, ella aclama que ama a todo el mundo – ¡son los individuos a quienes no aguanta! ¿Es posible un amor universal sin el amor a personas concretas, con nombres y apellidos? Al comprometernos a una vida célibe con nuestro voto de castidad, ¿nos comprometemos a  no amar? Un buen teólogo, de su Provincia, Don Goergen, escribió: “El celibato no da testimonio de nada. Los que dan testimonio son los célibes.”

Nuestros últimos Capítulos Generales han insistido en una mejor formación en la vida afectiva de los frailes. Nunca dejamos de ser seres sexuales y si no hemos formado el amor de amistad, dentro de la comunidad, corremos el riesgo al buscarlo afuera. No quiero decir que no podemos o debemos tener amistades fuera de los de la comunidad pero que sea con el amor de amistad y no el amor erótico que contradice lo que representamos como comunidad en protesta con una sociedad sin ética, víctima de un sentido falso de amor y de libertad. Nuestro amor tiene que ser plenamente humano y no limitado a lo carnal. El amor que es humano busca siempre el bien del amado/a; ya no se busca solamente satisfacer a si mismo con un placer pasajero que es simplemente una expresión del  amor propio o egoísmo.

Timothy Radcliffe, en su carta “Promesa de Vida”, resume bellamente, creo yo, el secreto para reencender la chispa de nuestro primer amor – el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo. Dice: “Quién es tocado por la abundancia de la vida, ama desinteresadamente, espontánea y alegremente. Su corazón de piedra se convierta en un corazón de carne.” Y, a continuación, citando a Beato Jordán de Sajonia, ofrece la única receta válida para perseverar en nuestro compromiso dominicano: el estudio y la oración, ambos parte integral de la vida contemplativa a la que está llamado un dominico.

¿Quién de nosotros no se siente orgulloso de nuestros bien conocidos teólogos del pasado como Santo Tomás de Aquino, Alberto Magno, Francisco de Vitoria y tantos más; y, de aquellos de estos últimos tiempos como Congar, Chenú, Lagrange, Lebret, y muchos más? ¿No sentimos que ellos han contribuido, en sus tiempos, a profundizar la reflexión teológica del mundo entero? Parece que captaron bien las intenciones del mismo Santo Domingo a insistir en el estudio como uno de los pilares fundamentales de su Orden.

 

Sin duda hay aún dominicos en el mundo que se dedican a estudiar y producir teología para nuestros tiempos. ¡Gracias a Dios! Es cierto que no todos somos teólogos pero, también, es cierto que todos, para ser fiel a nuestra vocación, tenemos que mantenernos al día con el estudio permanente. La vida de estudio no termina con el último examen de teología en el Instituto Teológico. Santo Domingo no promovió el estudio para que sus frailes sacaran notas y títulos. No estudiamos solamente para preparar la homilía dominical. Los desafíos presentados anteriormente requieren que estemos preparados para enfrentar el mundo pos moderno a partir de nuestra fe y dialogar con un mundo peligrosamente alejado de la Verdad trascendental. Frente a los retos que hemos considerado en estos días es evidente que urge que nos dediquemos con diligencia a estudiar para poder enfrentar la cultura de la mentira que viene dominando en el mundo hoy.

El estudio es un aspecto esencial de una vida contemplativa ordenada a una vida apostólica. De nuevo, contemplata alliis tradere. Nuestra misión requiere que estemos en continua búsqueda de la Verdad que nos libera de tantas esclavitudes presente en el mundo de hoy. Pero siempre tiene que ser acompañado por el otro pilar de la vida llamada contemplativa, la oración.

 

A veces, cuando uno ingresa en la vida religiosa, no tiene muy clara su propia motivación: unos están atraídos por el deseo de servir a sus hermanos; otros, porque les gusta la liturgia  o se sienten animados por el ejemplo de alguien. A veces, la motivación no es tan pura. El Señor llama a cada uno de una forma distinta. Pronto uno, si es sincero consigo mismo, descubre que no ha sido llamado para salvar al mundo sino, principalmente, a buscar a Dios en el mundo. Si la razón principal de la vida religiosa no es la búsqueda de Dios, lo demás es simplemente la búsqueda de uno mismo. Por eso, la base de todo, absolutamente todo, es la vida de oración. Santo Domingo nunca podría haber hablado de Dios sin primera no hablara con Él. Como dijo el P. Timothy en su carta:” En la oración hacemos un éxodo, más allá del caparazón de nuestra insignificante obsesión por nosotros mismos. Entramos en el amplio mundo de Dios.” Y sigue, citando una definición iluminadora de la oración: la oración es “una disciplina que me impide dar por supuesto que soy el centro de un pequeño universo, y me permite encontrarme, perderme y volver a encontrarme en el entretejido de modelos de un mundo que yo no hice y que yo no controlo.”

Maester Eckhart escribió: “el mejor y más noble logro en esta vida consiste en estar en silencio y dejar que el Señor actúe y hable dentro de nosotros.” Parece que en nuestro mundo de hoy, hay miedo del silencio. Yo me he quedado confundido muchas veces a notar que inclusive para estudiar algunos frailes tienen su radio o walkman prendido a volumen full. Sin un ambiente de silencio, ¿cómo vamos a escuchar al otro, mucho menos, como vamos a escuchar a Dios? Santa Teresa de Ávila definió la oración simplemente como una conversación con Dios. No es un monólogo sino un diálogo. En el silencio, hablando y escuchando con Dios, nos preparemos para ser predicadores. Si no, solamente podríamos predicar nuestra propia palabra y no la Palabra de Dios hecho hombre. Sin duda, en primer lugar, buscamos a Dios en el clima de oración personal en el silencio del desierto o el de la cima de la montaña.

Pero, también, en nuestra tradición, rezamos como comunidad al reunirnos a rezar la Liturgia de las Horas. Digo “Rezar” y no “recitar salmos”. He estado en comunidades  donde uno tendría que ser maestro de trabalenguas para participar en el rezo comunitario. Decir las palabras como si fueron formularios mágicos o una lista para el mercado no me parece más que un cumplir con la letra y no con el espíritu de la oración de la Iglesia.

 

 Recordemos de nuevo y siempre, lo que dice en nuestra Constitución Fundamental que “la orden de predicadores, fundada por Santo Domingo, se sabe que fue especialmente instituida desde el principio para la predicación y la salvación de almas. Por los cual, nuestros frailes de acuerdo con lo ordenado por el fundador, compórtense en todas partes honesta y religiosamente, como quienes desean conseguir su propia salvación y la de los demás; y sigan, como varones evangélicos las huellas del Salvador, hablando con Dios o de Dios en su propio interior o al  prójimo.”
            
¿QUÉ IMPORTANCIA DOY A LA ORACIÓN PERSONAL Y COMUNITARIA?
¿EN MI COMUNIDAD HAY ALGÚN PLAN DE FORMACIÓN PERMANENTE?
¿CUÁLES SPN MIS FRONTERAS?

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